Por primera vez en la historia de la monarquía británica, un rey se suma públicamente a la celebración del Orgullo LGTBIQ+. Carlos III ha enviado un mensaje claro y emotivo desde sus redes sociales, marcando un antes y un después en la relación de la realeza con el colectivo.
El pasado fin de semana, coincidiendo con la celebración del desfile del Orgullo en Londres, el rey Carlos III protagonizó un momento sin precedentes para la monarquía británica: se convirtió en el primer monarca en sumarse de forma explícita a esta conmemoración. A través de los canales oficiales de la Casa Real, se compartió un mensaje breve pero contundente: “¡Feliz Orgullo!”, acompañado de un arcoíris y una bola de discoteca.
El gesto, sencillo pero altamente simbólico, venía reforzado por un vídeo igualmente significativo: frente al Palacio de Buckingham, los icónicos guardias del regimiento Coldstream interpretaron una versión instrumental de Pink Pony Club, tema de la cantante estadounidense Chappell Roan convertido en himno queer. La canción narra el viaje de una joven que se libera de un entorno conservador para perseguir su felicidad en un club gay.
La iniciativa fue celebrada por personalidades del colectivo en Reino Unido, como el diseñador Daniel Lismore, quien calificó el momento como “histórico y esperanzador”. Hasta ahora, ningún miembro de la familia real había hecho una declaración tan directa de apoyo al Orgullo. Ni siquiera durante los siete décadas de reinado de Isabel II hubo una mención oficial al mes de junio como tiempo de reivindicación para las personas LGTBIQ+.
Aunque Carlos III ha dado este paso solo ahora, algunos gestos previos vinieron de manos del príncipe Guillermo. El heredero al trono fue portada de la revista Attitude en 2016 para denunciar el acoso escolar a adolescentes homosexuales, y en 2019 aseguró públicamente que aceptaría sin reparos que alguno de sus hijos formase parte del colectivo. En 2022, también participó en una campaña centrada en la salud mental de personas LGTBIQ+.
Con este nuevo gesto, Carlos III parece haber inaugurado una etapa más inclusiva y cercana dentro de la monarquía británica, que busca adaptarse a los tiempos sin perder su identidad. Un paso simbólico, pero potente, hacia una realeza más abierta y representativa.







